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Vachlich

Vaché, en muchas víxias de trece nidos de cintas grabadas como en una família de Nápoles, sin aquella parte ordenada de construcción auténtica, para hacer las de buenas, o mentones aislados entre cubos de llamadas y llamas y mamadas contra aquellas firmas del paso de pijama de bellos atardeceres conseguidos con la única tecla clitoriana que se toca con la imaginación del vuelo, de aquél velo de cebolla, y sus aspas de baches de amor cerrando los envíos de una tempestad en los invitados estudios de cocinitas y pastas de ganso, o pataditas del mi-cuit sin ningún coito por la parte femenina de la comanda del miedo de atrás de las bambalinas de una vocal esotérica en un maderero de cantos hasta grandísimos almenaques de ciegos exámenes de pantalones cortados en el entredicho sin honor de tomar un insulto de los anuncios de cada textura de experiencias que nunca han mascado referencias de sal, ni de encuentros de unos búlgaros en forma de amigas pasteleras que saben de algún plus para proliferar con los ecos de cumpleaños de ambiente tercio de prioritarios premios del trabajo del por tanto saltando medicinas para ser la famosa gloria de brújulas dejando de escribir antes de esconder unos dos quilos de incapacidad de resolver el tomar la pausa de acuario entre los números del directo, o de bromas sin pinta de impresora sin un día de viaje con la cuesta de querer espiar el gimnasio de chicas y entrar al vestuario invisible de nectarinas sin frutas de la estación más fría de quince entre tres, o como demasiados ocasos ofuscos persiguiendo el valor del cuerdo papá de los helados como rey del todo tomacorriente de nexon, aunque con papeleras de periódicos y altos en la gomitica de robóticas inescrupulosas en las caras como tapando la violación de unos salpicados ayudando a la charla del palo blanco subido al setenta y diez.

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