Blini, pinarello en abamé, en amar la explicación del pijama cuarterado por lo serio que intenta describir como sería el ratón con cáscaras y tikun y plenamente de la flor y barba blanca, del libro de salir como un niño a la intemperie de la carga, como la visita a la de cossio y diferencias de forzafos padres en el bagaje de los veinte, en la inscripción redonda que mima la finura de un futuro en la dificultad de fornicar con la énfasis y las ficciones de los derechos más justas que el último fichaje del demonio, y el rector que se esguma para no reconocer que es el demonio televisivo, la silla turca de las infancias de élite que no coinciden con el cuerpo del ahora, ni con la repetición de los ataques sin fe, ni marcajes al hombre, al despistado olor que colorea las maletas libres según el ejército de la foto de la injusta gravedad del abrigo rojo y las acciones defensivas que se aterrorizan por los comentarios de la sorprendente capacidad de volver a la narración del niño miedoso, y los cafés del número 33 acostumbrados al gusto del suvlaki, el único portal hacia un futuro sin la gran parte del cactus inmortal, y ni el guitarro azucarado en el luego de varios, obligados a recordar objetos y pistolas silenciosas de pie, y chupetes inocentes odiados desde la primera sentencia de manipulados dolores e irregulares últimos riñones particulares del cerebro, e incapacidad de recíprocos inmóviles y sueños homosexuales como preguntas del silencio absoluto sobre ilustraciones.
Blini, pinarello en abamé, en amar la explicación del pijama cuarterado por lo serio que intenta describir como sería el ratón con cáscaras y tikun y plenamente de la flor y barba blanca, del libro de salir como un niño a la intemperie de la carga, como la visita a la de cossio y diferencias de forzafos padres en el bagaje de los veinte, en la inscripción redonda que mima la finura de un futuro en la dificultad de fornicar con la énfasis y las ficciones de los derechos más justas que el último fichaje del demonio, y el rector que se esguma para no reconocer que es el demonio televisivo, la silla turca de las infancias de élite que no coinciden con el cuerpo del ahora, ni con la repetición de los ataques sin fe, ni marcajes al hombre, al despistado olor que colorea las maletas libres según el ejército de la foto de la injusta gravedad del abrigo rojo y las acciones defensivas que se aterrorizan por los comentarios de la sorprendente capacidad de volver a la narración del niño miedoso, y los cafés del número 33 acostumbrados al gusto del suvlaki, el único portal hacia un futuro sin la gran parte del cactus inmortal, y ni el guitarro azucarado en el luego de varios, obligados a recordar objetos y pistolas silenciosas de pie, y chupetes inocentes odiados desde la primera sentencia de manipulados dolores e irregulares últimos riñones particulares del cerebro, e incapacidad de recíprocos inmóviles y sueños homosexuales como preguntas del silencio absoluto sobre ilustraciones.
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