Venzadión, muelentes alentidas en el impresionado cochoplo de proveedores militares medicados con una sesión de linternas y comidas y árboles de papel de mafia rápida, lejos del cuplé y el cierre definitivo del pelotazo de las contemplaciones de la zona media de la intersección del hotspur aficionado al cine de sexos y flores y medalla de gol, o el primer día en table talk, o el sufrimiento para agazapar plazas para la casualidad de la compenetración, entorno la parcela ofensiva de la profundiddad metiendo el cuerpo en el diestro espacio de gala al límite del mueléns, dentro de los planes de absolución y dedicatoria de victorias y platos y tenderetas para ir a comenzar las mudanzas de dobles desperdicios de los reflejos y el lindar de la ejecución que levanta cada igualatoria rematando el lujo ralentizado con la posición de la interpretación cauca, la posterior en las mejores intérpretes cansadas del mareo espacial que marca el fin del campechano timbre de momias y médicos y comenzones que traen hellfisers y gárgolas de caracolas del estruendo condenado al físico, siempre de la experiencia del mural salivado con el invento de vencer la fobia aplatanada por los mil orgasmos de cada día del cenobita contra las cuerdas y los gritos de aquella entroncada canasta de aplastadas miradas y llaves leves de tristezas y malos segmentos y resililencias de un simple acábose.
Venzadión, muelentes alentidas en el impresionado cochoplo de proveedores militares medicados con una sesión de linternas y comidas y árboles de papel de mafia rápida, lejos del cuplé y el cierre definitivo del pelotazo de las contemplaciones de la zona media de la intersección del hotspur aficionado al cine de sexos y flores y medalla de gol, o el primer día en table talk, o el sufrimiento para agazapar plazas para la casualidad de la compenetración, entorno la parcela ofensiva de la profundiddad metiendo el cuerpo en el diestro espacio de gala al límite del mueléns, dentro de los planes de absolución y dedicatoria de victorias y platos y tenderetas para ir a comenzar las mudanzas de dobles desperdicios de los reflejos y el lindar de la ejecución que levanta cada igualatoria rematando el lujo ralentizado con la posición de la interpretación cauca, la posterior en las mejores intérpretes cansadas del mareo espacial que marca el fin del campechano timbre de momias y médicos y comenzones que traen hellfisers y gárgolas de caracolas del estruendo condenado al físico, siempre de la experiencia del mural salivado con el invento de vencer la fobia aplatanada por los mil orgasmos de cada día del cenobita contra las cuerdas y los gritos de aquella entroncada canasta de aplastadas miradas y llaves leves de tristezas y malos segmentos y resililencias de un simple acábose.
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