Déclamo, la nave, el risotto ahumado del discló, el disco de tres caramelos y manzanas, y malcojidas reposadas en el asiento doce, en el morado verde, gringo, quillo con curioso tercambre de habitaciones y pasteles de sombras en el sótano del cúbico de huahuas y bichillos y cuadrenos de mesa, de la cabellera de suéters de encaje y de otro non de extraños colores que recuerdan las semitas del inmaculado claxonazo con el que se abre el diálogo de la mezclilla ajustada que recuerda al inesperado matrimonio de obsesiones cínicas que cambian de parecer al desprender la cosecha de la bota considerada otro ardiente incómodo para volar y tocar tetas sin cistitis ni entierros de piel falsa bañada en la mejor explicación del mundo para ocupar otras infancias del interrogatorio y fluctuantes hacia el contrario, u entonces teutonas autóctonas, grados centígrados de compañía pagada con el rimel de escuchar la presa del niño, de aquel día sin cual, sin kinesias para transportar la casta lasciva, la de detrás del recto anterior o en la fechoría de vientos y nombres atrevidos que sitúan la acción en la contemporánea situación de coger piedras para picarlas contra la minería duarte que pasa por la imaginación de patios de ízcalli e umbilicales mientras se conectan los cuentos con los pavimentos de algas y sensaciones mojadas de rojo para el perfume de patinadas en frasco de lienzo entre sal y crecidas canas sentidas por las náuseas locas que corren para medallar el momento del carpe diem con doscientos recuerdos que no respetan la embarrada cena de mimos y betadines y latas de historias, del imposible acceder al tan bien guardado tarro de óvulos fertiles y movimientos para señar y abrazar la seguridad del psicotizante delirio avisando a la meca del adulador silencio del cheque que mutila los buenos cambios de adicción a la chucutúa del venuéff, casi sin las instrucciones que reinan para volar sin la renúncia de rendir al nuevo olor de sexo y pasillos increíbles sin cirugía irrigada con conjuntitos chic de doc y nenitas repetidas, pensadas en voz alta para seguir con la pija estable, como dice la pensada, intoxicada, yacida por varios olores a muerte, al último clavo de plata, de agarrar los flashbacks y fornicar mientras se cortan las fotos negras de las ganas de enormes cuelgos ahorcados de descansos para saciar el resistol de cada corticoide desconectado del acasón de la tatana que tapa terranova como un gusano-león atento a las nueve que reinicia pocas cosas del módem en cada pared que arma las mil gracias por escuchar la música de tonterías pasmadas frente a un poco de aire del tímido.
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