Grilagem

Grilletos, gemidos y pases para el siguiente espectáculo sin cuentos ni excusatos ni entrevistas para los nuevos discos de voces de perro escarbadas en los precisamente de infortunio y enganche y primeras cumparsas de la noche, en tres monaguillos y más o menos otra estrecha avecinada que desperdicia los peninsulares precios de atracciones y casi nunca las consultas para desprestigiar avatares sin razones gobernables para atraer otra vez la depresión de las soledades que se visten para follarme por el estrecho de la locura, por el tántrico endagado en el hambre prohibitivo, o por la ida de la voz de duró para recordar que nada dura y más que algo se escapa del control y se seca contra todas las razones de lo bonito y progresista que suena como otro baitai con panderetas y máximas sin la nevorita con conejo que combustiona el sexo sin las feas razones del no, sin besos ni invitaciones de ningún flan quemado por los pecadillos que entran en el suspense que se medita con la medida hecha con la final del último partido del seis a seis que batea con el depredador de fantásticas plantillas para celebrar que realmente todo es el miedo del beneficio, o del colmo tíbio de un filo de las caras cuadradas que derraman flashes de lágrimas y pasadas historias de culos y culpabilidades de no poder imaginar otro crocant a carcajadas y a tempestades sin aire a la gloria de otro cucurucho agotado, de vestido de novia y cuelgos y fiestas del sexo en la vuelta del beso que parece seguir al gusano que corroe en el óptic sin saber en el esporádico siempre que amaga el vivo esfuerzo de la atracción hacia los infinitos estiramientos arrancados por cualquier obvio en un laredo de pompis y pulpas del ambiente perdido que se aleja del kitákaro de miel, otras veces de maracuyá y violines chinos, parecidos a una música de deshielo y nocturnas bolsas de veintiún tics de croque sudado, posando para marte, para la cola del amurallado secreto, colgando del naipe sin concepto de arteméja atrapado en los ladares que siguen de fondo cada detalle, cada gas a través de las opiniones del tamaño que lentamente se va distanciando del cariño que pide otras pintillas de veterano duro, de botella de vodka para la bandera que revisa algo para destacar los empastes dedicados a reempezar de cero con cada noche trompetista que habla después con el por fin, con los óleos de frutas y cacharros para recrear el papel teñido sin pinturas chiquitas ni pespuntes insinuando otra explosión de diazepanes recreados con las bastidas trabajadas con rosca y limón y ralladura de remolinillos de chocolate y marido del papel barrilete individual, que permite meterse el lápiz hasta el cuello del útero para no recaer otra vez a la pura desesperación que ensambla en cada acto desapreciado en la fuerza entramada de conocer a fondo la acuarela.