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Isagoge

Gego, así del mismo triángulo que trata el teatro sin papeles resignados al temido fin que no decía silenciar la castigada herencia de la soledad sin ventanas ni subrefujios en estado de seciedad, de la hora de aventuras y pegatinas en el centro de la veterana intuición como griegos púrrios de otra garantía de las novias abanderando las mezquitas del rupiu, marcando la simbólica emergente sin distribución de carteras ni las piezas de cromo y maco y marcapasón en las imaginarias camas de agua y alfalfa prensada como colchón de colofones y poderosos lambris satinados con las rampantes desde otro enfoque exhuberante corrugado con las diferentes angulaciones de sega y caguamas de tiendas, de falsos vestidos de estructuras tubulares en el calcado cuerpo de presentadoras con la estrella en el telehit, en el grito hacia la fecha por la zona extasiada de peligrosas y coquetas serpientes en forma de dama, en forma de muerte moral que remite al mientras bordeando cajitas de tres entre ideas e inteligentes placeres que marcan la larga vida al lento y fantástico después que incluye rumores después de despeinar los miedos de volver a hablar y prometer la nada, las inaccesibles inducidas al paño, al piñón de tuca tuca y reglas y nínfulas plásticas diluyendo el pésimo desnivel perdido en los jugos gástricos de un noblñe corcel negro sin pasto ni eructos como avisos hechos para evocar la composición hacia las contentas semanas que venden esperas y marionetas y volumetrías de propiedades visuales e indivisibles por dos, por las matemáticas que no se recuerdan con coqueto permanente reciclado para releer los cuernos y regalar solo trazos de couland o cheescake o flores violadas por el otro monstruo con rizos e imágenes limitadas al titánico post en banda del plazo de sequía, de más atrás y otros puntos púdicos y fachadas de vaginas ajenas al néjere ya sin el centro ambulante al polarizado oriente como una parte propia de la implicación ganada y simbólica inservible que expone la rama desnuda, sin nido ni pájaro carroñero en busca del último trauma para agarrar otro delicioso elevador sin la excepción del misterio residencial salpicado por las paganas glorietas, amuralladas con calles y palabras para no contar nada del simplemente, del equivalente al nivel de escaparates y cuerpos finos que delaitan con su salerosa película del cine de oro y tapatías, o aplastante desigualdad estética hacia el quedar bien al lado del universo o al lado de la moral de agigantada metástasis hacia los orificios de niño sutil, siempre sin el personal en el bosque del peligro tatuado en el no.

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