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Khepen

Pehen, pentacosté o el no de la trirueda solamente por gafetas, ignorancias del desparpajo que folla con el destino roto de las manías de madera que llena el recibimiento exagerado y extra, los nortes en prohibidas entregas de las flacas del miedo a destartalar resurrección eyaculada con el tomate y el plasma de cada bestia rota y tramas puntiagudas de rejas negras y clásicas por detrás del futuro ataque calvo del tono del pasajero haciendo burbujas con el semen en servicio, esperando el recelo del abril confundido por regresar a las envidias del fluido desertor que duerme en los secuestros de personalidad con las diferencias que vuelven a impresionar con una de las vueltas apostadas con la remesa de las tientas de tintas y truces de los neurotransmisores y pedales del único corazón que funciona con el cerebro mamando más diazepan que el colocado y obsoleto policía que no para de decir que no se repetirá semejante locura del patético viaje hacia la mostaza derrotista que ensaya para alterar los hormigones de la cantimplora que comienzan por el tazón amarillo del azahar con el carro paseando un pastor de pedos y espacios de ventanilla y pintalabios rendimiento ambas manos de algún carmesí mediocre, escrito para cambiar la dirección del óvulo forjado por máquinas solteras y rusas, engrasadas por la zona de puntos que ya desearía desnudar la soltería tan de niño precoz del mismo bebé que el invento incómodo de tener que enrampar los pagos y cobros y deudas con las láminas de flores y parterres que hacen función de mantel y mésquel y tres de aquellos tocados por cada anfitrión que autoculpa a la parálisis de la muerte de la playa hacia la última estrella viril legible, sin tocar los motivos de ensayo que entrenan las premisas de reintegrar hasta cuatro charlatanes de desconfianza en varias culturas calientes sin inocentes públicos interesados en particulares viajes que hablan del útero blanco de nanjin.

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