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Píssimed


Llegan leyendas, centenares de visitantes del cascabel bajito de la nuez como si fueran muletas de la repetición para el mejor remate en todos los espectaculares agridulces en el mecedor que precede a la bodega como pura durabilidad de paradas y pajarillos emocionados por la propina de los pequeños mirones con la oposición de aquella hostilidad de cada ley de lázaros vintage de la noche antes del psicológico aspecto pop y cromosómico  de la habitación de invitados rodeado del marisco esperpéntico sin aquellos genes de excusas para hipotecar las inversiones antagónicas del soborno que creció con el reflejo en la chica del flequillo dorado, la inventada opinión del repaso sin precio ni preferencias como indeseables meadas para remarcar el eco del ambientador hacia la subconsciencia que rompe todos los cánones que parecen de belleza o búsquedas de epídores, de chupetines por valey, chirolitos y ratas y jefes furos sin ser pertenencias de la guía azul del consorcio de arquímedes que se maneja en mecinas de lata como la paja del patín asustado por no obedecer al secuestro de personalidad de la cadena de guita que presta la bandera, los masajes del turno para hoy, o los clanes del quilongo, del haramura dialectal de la cuerda feligresa que admira el noé, el durazno de chocolate, cada duradero anfibio parecido al loco deletreo del epitafio que yace bebido para cobrar el fin de mes a través del sacrosanto alimentado como pastor de tiempo pescado de cerca con las lastimaduras en los alacranes plateados que pescan del estirado brazo negro como si fuese otro anzuelo nuevo, de cobre, de enfática habitación de golosinas marginales que condenan a ser fórmulas que fallan para no volver a sostener las falsas soluciones bíblicas parecidas al interés de ambas partes con la paciente boda que cortará todos los trozos del vestido blanco para hacer fuselajes y un par de cervezas y culatas y colas para no entender las veces mitad estacionadas en los subidos oscuros que parecen sacudirse del verdadero radio que encuentran algo molesto en hoprario de retomar la soltería deprimida por no poder saciar lo del vaso de leche cada noche y siguiendo con la humareda del después, del miedo en la mesa de cocina que permite otra regresión al ramadán que no conviene agitar con vacas de embajada en un ayuno de bosta mansa, fustigada por parte del pasado, de rodillas a la cita que conoce la salvación.

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