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Cañacote

Tacaña directa al dolor sin olor de la preocupación estable, entre comillas insípidas y desvirgadas con la mirada de lobita, y las áureas del fetanilo en dependencias y críticas hacia aquella montaña de nombres que no aparecen en rincones del grill grill como reclamo del buen día con la braga levantando el wacom pen y hablando de tilos y trileros que observan atrocidades de varios tiempos del engaño gimiendo y dibujando la gema rubia y su trasero de cañacote como palo tacañodieterado entre piedras y búsquedas otra vez de estabilidad en el verano, como se hizo en los tres anteriores periodos de periódicos y fallos y párrafos para explicar lo que era un cañacó, un tiempo, unas expresiones de lombardas cocottes, entrenadas sólo para dejarse hacer en las más profundas y obsoletas canichuelas de las inmundas piedras, desgastadas de los torreznos con zarzaparrilla y edamames con chochines de gusto entre dulce y salado, o enchocolatado para determinar la ternura, o si serán de difícil acceso, o si se volverán cañaíllas, o chopetes agotados de esperar que llegue el comilón de turno, el guardián, el elevado hereje, virtuoso en las tesituras de extra demarcación entrelazada con las prisas de ir hacia otra, directa al lobo de pelaje ovejil, determinando cada súbita subida y muerte de los recuerdos que acompañan hacia el pasaje de perejiles y conejos secuestrados por media hora de tutús y palabros y gérmenes de saber hacia dónde dirigir los prácticos instantes de praxis y crossovers de maria anguila contra aquellos que no conocen los milagros de volver a emocionar la importancia del dale e hilillos de esperma que no entienden el olor del juguete, ni los paquetes de chicle con resilencias de canciones tristes con acordes menores y preguntas incómodas que no atraen las portezuelas dadaístas que manejan las jaulas de testosterona y chorros como encargo píccolo del material kármico que no se tumba en el nevasco si habilidad.  

  

 

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