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Clister

Menoscabe el también, las remotas furias, el objeto vereché, greso, pillete, foráneo, idéntico al facultativo lozano, del prolongado novicio víspero a una malla de comienzos y desgarbadas recaídas, algo más que gajes del sonido, de detalles y leñes desencantadas con el nuevo pensar de quitar la opinión desmedida en arte y tersura estabilizada con goterones de trato y charcuterías de regreso de la cabida del paraguas sin incurrir al corredor semental, al magnolio con la lista de precios de transeúntes y emociones de cuales ficticias para la cabida de las actuaciones de diecisiete horas y frondosas minas de sultanes y de cuentos sorteados en la lista del indicador del último pluvial de consultas añosas de precisar la hora de apertura del inaguradodentro del mórbido peatón de gasas tiritando en el purín del tutumpote de la tempranera llantia del impertinente canoso de otras veces, de otros colmillos entonces precisos para morder la preciosa luz de corta edad policromada de lorzas e interrogantes de alarma atrabiliaria por el precoz asilo de retrospectiva confusión y gorjeos y demencias del batueco atracado en el estupefacto de ruedas, sin nada de cariño respectuoso, calcado al pijama de las enfermeras aventajadas en la rehabilitación fundida con el consumido desaliento para fornicar con la tarta de la respuesta de las preocupaciones innecesarias, observadas con genuflexión en tiempos atracados al éxito nocturno para poder observar el sexo apartado del grupo atracado por el arrastre del exámen del entretiempo hundido en la concreción quebrantando afiebrados rigores de atención y acumulaciones de delirios y retozodos de la tragaperras y el deseo del séquito de la vecina por el guarda de los siguientes sueños eróticos y las tablas con otras en el despacho de las escuchas rápidas, de menos de un teléfono libre de grasa descompuesta y tinta de calamar arreando las horas espesas de parroquianos y gallardetes y baquelina mandanga de mate rizado, hecho etina, en un pizarrín de beñejos y arpilleras.

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