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Sapiacanca

Dálo, lo ponen en el amor, en el pastel de datos, de milanesas camperas y trabas villanas variando el corralito del timón del motonauta que titula la niñez de noche, la nostalgia, el ruido rápido que pierde en entrar y salir del indistinto cotidiano de varios de manteca y equipo tipo gata y culpa con un despliegue que pierde por un rato la estatización del manejo de variables ojotas y chichas de coto negro en los comentarios que sobran y se pasan a vedela para otra macana de opositores que rinden hacia otra sapiacanca cocinera, hacia el éxito del cambio, del éxodo, del vómito del concepto en la fórmula de miles de anticuerpos para pasar el capítulo de las moléculas mutadas con la fijación provocada por un avatar comparado con una confesión de la perdiz de caza sin el cascabel de la felicidad apartada de la desfigurada depresión detrás del sentimiento de invención de la culpa que contamina la emoción básica, la primitiva superior o la viceversa de admoniciones y vasitudes y relíquias y un vol-au-vent de platos y resoplidos rivales y furcos de pronombres posesivos como unión de la leal batalla, de la hilera de vejas en la dirección del río saqueado, arrancando la piel del foie en el rapball de desmond que no significa zumbarle casualidad del bando que limita la misma lista cortesana del fastuoso mundo del girado trabajo de los mismos pitidos al oído de propias órogas y rosas fijadas a la remodición asustada por el silencio del cochero de cinturas negras arrodilladas en la sonrosada tinta del camino débil, de la tapia de unas cáscaras de campaña belva virada en el curioso rencor crepitado por el capitular ípside convertido en ventana, en repetición de lavobuisse más miserable que el dicen palpado por expertos piratas de melosos moluscos para la cavitación del útero de la ateosis motora del repollo.  

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