Jarabe tapatío

Tatapé, la tatapa. la tos, la mula, y en la noche la canción de tanta cuerda durmiendo en la malpensa tierna, la fruta de paredes astronautas hacia los tiempos récord, hacia los besos, hacia las fonas de fábrica que piden garantías que no se darán en sentido inverso que detiene el contacto íntimo del reatado próximo al rincón macizo de odios y manobros de la guagua que chilla con la mirada del recital desdibujado de pecados y dos voces de monigotes de fango crítico en la salud bien viva de la memoria mantenida con cada explosión de melodías y métodos de garrote proclamando las piernas y el jarabe que encaja con el sexo del símbolo separado que salpica la aprensiva totalidad del antemano en cada esquina hundida dentro de antenemas y antenas y fagocitos del vientre de gusanos y el márqueting mal ejecutado absorviendo el narco de ortografías y eñes aepta, ot, setja de entumidas y vedettes que siguen el pitido del súbito nervio del litrón que impregna el tembleque del canal recostado junto a la silueta que contorna el cobijo encendido y el rubí de la poca ilusión de la elipsis épsidon, algo fracasado que chupa el querer, el sabio tatapé de prefactos y líneas de semen de cabello de ángel en el moisés del cadavérico túnel que se apaga sin alcanzar los colgados pendientes de las ideas, de la blonda que excita el otro sonido, la otra cáscara de ovarios fértiles y sinfónicas y la radio de las fantasías que batallan de lejos para el matrimonio de los menores con las opuestas nalgas de mona y vicio de raja, de palo, de culo del visto distraidamente por los cien tegumentos de pus y jarabe del gracejo de ejemplares desgastes del artefacto de tres velocidades.