Lehmeyun caprese

Re irreal, crecen con lo tóxico que difumina el resto de capreses, las compresas del más acá, del lado que pasa el sobrepeso de un estirado álamo de permisos transformados en leyendas y viscosas latas de insectos que interfieren a elgir más desconfianza que aún mueve más espacios equivocados y días y neutralizadores de capreses y desintereses del respiro, de la bomba que hablará con el dolor paliativo para tratarle de doctor curasana, de intensos temores al trotamundos compulsivo en el espejo del agobio que mueve la invaloración del puro narváez con coexistencias en movimientos rápidos del simulacro que se cree el intérprete plomado, desajustado, enfermizo, de reprimir algunas frases y nadas de pedir puras exactas que no encuentran el hábil para matar el concepto de la depresión; justamente este orgasmo de culpas de otros osos y ambos plágios de lágrimas y despedidas orgullosas del déficit que se acerca al lehmeyún que ya no disfruta con las uniones de la espalda con el bulto del otro bulbo de la contractura entorno la vílvi del juicio con marcas que roban el jugo de luna aparcando lo laboral por otro oxxo torto de infracciones caníbales, respingadas por otro libertario cartílago de condones y hiesos de gerbers criado para limpiar el salario mínimo del mercado de abastos y toallitas de bancos y batideros y preguntas picudas, como la imaginada caída al vacío del pitido sacrificado para dormir en los gritos del recolectivo tapón que ocupa la holgada chora, a rapa, a temblorosa hoguera de hermano mayor, de improperios que no respetan los cándiles del púfaso pandillero en imposibles indespensables, entre detenidos cinturones para castigar y olor a más estupideces podridas para enfrentar la retirada antes que se cumpla la fecha de caducidad a siete cuadras de vencer el cargo de las aromatizantes del olvidado principio del closet que ya no anda igual que con el brío de hurgar la tranquilidad entre moléculas y calibres de la cabeza como rayos y atrapados entre propósitos sin significante ni el test de paro, ni el baño de color del candil odiado por la idealista dedicada más a la loca enfermedad que al físico abrigado con plata y la esencia del ingrato papus mormón que sigue televisando las horas derrotadas, con la última voz que agoniza entre cambios y destellos de rapidez humorada en la apatía de terceros y cantes para descansar del fingido muñeco ken de chuche de mantecol y pañales del parto en el caldo instantáneo para bajar la voz del bleau y hojear otro útero que no tardará en esperanzar la felicidad de la felación que sobresale de los globos de debajo la cama; medio mortis, payasos del enjuague hastío, o primerizo mejunje de herencias y goterones de cal.