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Red de seda

Sed de redes, de parecidos a terribles habladías de despreocupado eucalipto plenamente almizclado de hierbabuena de relatividad y luz de la performance incómoda alrededor de las típicas compras de champañas con la mesera de seda de pájaro, del nidito de los aguilotes de la vaina de caños y tomos sobre miradas limpias atrapadas entre experimentos estampados con la calladina entre dientes y el olor a corteza de pan recién horneado con papas y brumas de hueso cárnicas hasta la irascible grapa de maldades y películas antiguas de minotauros y sirenas en el cauce de esperma que ahoga las goteras de inefables cubiertas de prioridad y redes para la seguridad de hacer de comercial y huir con el desprecio a la otra parte, a la otra gana de olor a sonrisas y brisas de solsticios de miel, ahumando tan ajenos los nacrados recorridos que viajan siempre al mismo punto del hígado de la cabra plagado de savia y movimientos de la floema canicular que sobrepasa una gasa como repiqueteo del sopor rítmico de la urbe que vuela con la naturaleza del exilio, con la niñez de miles de librillos de líberas epopeyas que excitan la cálida circunstancia de cocina para hornear de nuevo con el imposíbilo control del refrescante olor a bilis muerta y a humedad de los pasivos espectadores que no respetan los preliminares de la cortina de sangre posada en la verga para seguir teniendo la otra red que simula la seguridad evaporada por distintas manadas de culos y vendedoras de bragas de abuela y el refujio de distintas mamadas y chupetones con marcas azuladas en el otro teorema mutante con nervaduras y especulaciones del voluto o decadente que atrae cada cierto ciclo de deber y calidad del cordel calculado para cada trama de pololas y sensaciones que simplemente dan tiempo al llamativo inanimado, de manera, de signos de uso con sorpresa y guías con parajes de verdes y tonos de privilegios y cabuyas y más adelantos para reconstruir cuatro papanueles de maché.

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