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Írritos inflables casi de té, de res, del luego acuoso que gira en transparencias de chocolate caliente con sabor a amor, a rabia, a quilos de crayones de librería y espinas de insomnoliencia para las mismas letras de despedida, del supuesto motivo que pide turno y las dos del casillero para dormir, para retorcer la brava del termo, de la babucha, de la exacta que atormenta la tírria hacia el rol de pastaforla contando por dentro la ventana y los clavos del porticón con cremallera y porciones de un fin tozudo, inscrito en el horóscopo de los labios de la palabra urgente y deja de ser el traspirado que ansía riendo las tantas vueltas de cuatro pinceladas mortales; como dominó de gelatina, como el pedazo que queda a punto de romperse como algo podrido charlando con cualquier gusano que sarna la cáscara del arquetipo no reconocido por la falsa burla del relevo que no admite la larga cartera de silencios y plácidos quilos de despampanantes que alquilan satisfacciones y nupcias con la hambrienta lápida de dulces y colocos mojados en chufa y ronchas de murales de bragas con la palta desmaquillada para dejar de acomodar el moobing de los diez días del traje de bienvenida que apaga el mito para desmentir la burla, la calabaza de esas hojuelas de resistencia cretina en constante derroche que duerme en carne y hueso como héroes entre sensación de ser libros y quioscos para estrenar, para desordenar la mágia de la espina que levanta el primer blablablá de cuando el sexo recita el padrenuestro con el velo de la envidia tocuya con poco velo humano y tres martinis siamescos de acreditaciones y carnes y suertes para no responder al duque con la cucharita de reniegos que desmoronan la extraña exageración hasta el estallar de la excluyente órbita de la desgarradora presencia callada por la vía de otros sentidos que no ceden el puesto de elegir la confianza básica para seguir con el proyecto agotado y que fluye mirando a la nada callada, sin felicidad ni recuerdos del primer brindis por la vía de lamer los últimos instantes de la sinvergüenza del protector despreocupado por dos duendes voluntarios con las notas de arrichantís y fideos de taco alto desgrabados para el suministro de cuadradas y aptas baladas abiertas, del indócil de seguir sin tocar la bandera para jurar lo eterno del primer semestre, de las cosquillas que reconocen el morbo de difundir la mala sangre con las inexpresivas manchas de semen en el brillante salto de divertir el silencio de turno con el sigiloso cincel de la satisfacción regresiva en el inocente enfermo del cáduco cauce.