Menos las eternas luces, las escenas de posibilidades, de rehacer silencios y hacer callar las desconfianzas humildes que ya no invitarán al corazón a amamantar los sueños ni paroxismos de las viejas escuelas que se reencuentran con los algos del transistor, del mítico nunca saldrá de papel arrugado, de cuatro preguntas sin derechos laborales ni las respuestas en puras dualidades en subasta enrachadas con los doce patíbulos encharcados siempre en el patio de luces y máscaras y arte empresarial de bienales fictícias y motes para configurar la vuelta de las malas jugadas fiadas en un dominó sin ojos dobles para empezar las prácticas por encargo, arrimadas al cambio, a la fábrica de estigmas, de teatros efímeros como orgasmos, como locas boquitas en el patio del barrionuevo que aparecerá con las notícias cada vez para recordarme que no fué, y para volver la sonrisa hacia la última imagen de octubre, más bien de medianos de noviembre, cuando se creía que el sueño sería eterno como los goles del rival, de golosas nalgas y uniformes de perro o casi títeres de letes sin ojos ni apellidos de supermercados famosos y cristos en las magdalenas, en los recuerdos de verano y fama con las extrañadas tentaciones de romper con una gran parte del único méxico que existió en las filas del olivo de ciudad con estrella de belén y curiosos demases sin la actuación necesaria para la creencia de la eternidad bombeada como horchata de cuentos y redentores de lavadoras como héroes y ednas fabricadas con chocolate y masa de galleta de hielo que cabecea las oscuras tablas de embarazo y mimos y gritos en la oscuridad de las desolaciones fracasadas, y quién se queda en el estaño de destapar las murallas de la guardia, del guiso de risas que pierde su momento y sus cosas y las que no duran buscando otro aquiles como si nada, otros aquellos que pierden la carne del último caramelo con olor a calzone y franquiciado por los tiroteos que temen quedarse vacíos y blancos sin ir más hacia el infinito del mugro mimbre que rehusa quedarse en blanco en el recuerdo efímero de ella entrando en la harinilla del polvo portugués, hechado con moho y multilubricantes en la sombra de la vasija rota que no pega con las ocupadas cuentas de existencias y ensaladas mixtas de consuelo y más flores para alocar el vivísimo recuerdo del gesto y las palabras referidas a la consagrada lástima de otro chau que ansía el no destello de todo lo que arrima el fin de otra extraña invitación al cine, o de pupas, o la necedad de tirar la estudiada.
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