Gobbledygook

No hay la tranquilidad de poseer, de fornicar como otro cable, como aproximación a las dos del mediodía de cualquier estado de salud sin el piropo principal que acarrea más madrugadas para ilustrar la dejadez, la barba de trotamundos y la suciedad de la sangre con minúsculas nueces infectadas de ansiolíticos y parejas de profanadores de la otra especie de atisbos, de gases silenciosos, de chicas que te recuerdan la confrontación de los magos, del rostro auto odioso, desesperado con algunas conclusiones difíciles de controlar con la arraigada superación otra vez del nido vacío de hembras y hambres y hormigueos en el tentempié sobre la enfermedad de la pereza mental que condiciona los entes responsables probablemente de la respuesta de todo lo que moverá la angústia del cajón a otra sorpresa, a otro juego de descontrol, de hernias, de cambios e igualmente suicidio del ilusorio abajo e impecable capital de lenguas y sueños mal escritos en otro borrador, y en otro, y en otro....y los pésames de cada experiencia nula, de cada pérdida de tiempo de vida de juego, de consumismo sin premios ni justicias que juzgan los golpeos de plumas para volver a volar con la pasión del cómo, de las idiotas de diez que se fraguan con más cemento y semen que no se lava con otro tipo grande, ni con contracciones para parir de golpe otra calcada ramificación de tres de los contextos fusionamos, o de la cuarta desaparición con las excusas de los siempre seis meses de embarazo y bienes y otras infecciones del éter difundiéndole que no podrá soportar otra violación, otra excelencia con un hueco oculto en las fantasmagóricas presencias de los retos de la caída en picado más grande recordada por los pormenores que se asimilan al ogro de difícil distitución y con el colorido del pánico en la brecha del bicho sin sentimientos ni medios para deshacer el recuerdo manchado de salsa oporto, viscosa y escampada por todo lo necesario para volver a discurrir y a excitar la emoción con limpiar los préstamos y las cargas con la rabia del simple calor del hocico maloliente que camina sobre la manada de mameos y cabreos sabiendo que el simple volverá a atacar fuerte en cuanto se giren las garras de frustración.