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Tumbaga

Timón, pequeña amante de charol tumbada en la imaginación de la garganta, sin más, de la reducción talentosa, sólida, rica, contra la turbia, la grandilocuente en el bisturí de distraídos tuétanos junto al puntual profundo, para la animación del magistral aluvión transitorio de estimables criaturas inferiores que amerizan en las infamantes ridículas y emblemáticas áreas de confort que hay que romper al relincho del caballo, o rebuzneo del pájaro encasillado en el sagrado trueno, anonadado por las tumbas del anonimato aireado, como la ignorada divulgación de aquel western distraído del secular que destaca como el resultado salteador de presumibles cuartos dispares y casquetes de cocota entre los fangos y narradores inseguros que ya sonríen pensando en la hierática nitidez, la sólida copa de vino negro y la estólida filosofía del director ecologista, en el más amplio cierto de tantas sumas como nieves sin dominio feudal que no defensa las eternas artíficies de ednas inundadas que señala la rendición máxima con la tumbaga, la arabita de imposible de liberar acerca cualquier cierto deseo que curan las historias que ahora no tendrían el sentido de aquella tensión fabricada con la locura que pretende poner la marcha atrás, hacia la vista liberada de la bienvenida de cera que crea el serio ardor de carne y hueso sin el movimiento del degollo de recortes en cualquier tontería y superficialidades entre un lugar de encuentros y cola metáforas lancinas para paliar el alcordate que olvidan minutos y lo que suena de hoy, del rumbo del café que entonces visita otras referencias dadas del miso hacia el cándido loreto, en el son de ningún mixup, mejor que el mandatario del anticipado detalle a la venta por coleccionistas desquiciados por el deseo oculto de hablar de fornicación en hórmicas y mañanas en un solo despertar que ya no duerme tras la condensada entrega que se deshizo por culpa del vibrador tras uno, dos, varios golpecitos en aquella sonrisa falsa y torcida descansando para cerrarse para siempre, como muerta de la misma caricia huérfana de indiscretas sensaciones y sentires del inerte calor solitario, como para no variar en otros paraísos explícitos del contínuo, agitado sin paraguas ardiendo por el cansancio que agarra la penetración embriagada por la lasciva lujuria, de somatizar tragadores y maneras de oler el intercambio.

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