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Láxlas

Prexebán, o bienmesabe de laxalás en cualquier de los acordes de algo para leopardi, para las desviaciones de celso, de la oreja del celo que ya no opina como las benzodiazepinas sin pócimas del relatado crudo, del solo que ataca las aradecidas infamias del laxante de estómago y bilis, y algo que derrumba el abatir simple, pintado entre paredes, entre discos, entre vaginas y retroperitoneos ya muy tocados por el número de epitafios cantados por el momento de la máscara de gusano llorando como para huir cansado, sin compartir el sueño con los vomotivos ogros, cerca de la capacidad del secano oriente a los prospectos de otro hobby como opción de tranquilizar el taquicárdico viento sin ticket sensual, o para alcanzar el umeboshi, el limbo del motorino decir, como combinación del teconte de la estación, o la baltanás de la próxima cita calculada para la pintura del trazo que confía en la magnífica cachonda, de cara a cámara, al bien del sicomoro hundido al particular comunicado inagurado como otro lugar infectado de números y muestras como de vainilla y corte de mauro en neón que transforma desde autoreferencias y orgasmos que restan las explicaciones del garchedo para más diversión impresa en la adreanalina orgánica que asegura en el espacio de lo visible casi inaugurado con el panorama del cartón acuchillado, con la memoria cada vez más nítida y más entrada en las carnes del ternero que quiere proyectar la distorsión del galgo hacia los recursos abastecidos con siluetas y moldes y pinturas para exponer el caliente infinito de testosterona y percepción, y ángulos y tiernos simulacros de caracteríeticas con abundancias de barroco y ni códigos de pictóricas substracciones en el radio de puertas para afuera del jardín que viaja hacia el exhibitivo espacio desarrollado con claves de arte, de cinéfilos hipnóticos que no encuentran la elegancia con el entorno elenco de virus y tiritas sujetados a cada presagio, a las veras barretto, o las babas de tachadas permanencias del sexo fugaz como nada de armas, con la sensación de volver a ver las caras de algunos de los dictadores atrapados al destrozo del bucle sin mucha salida que tacha el trasero que no corresponde al posible sentimiento de tardes andadas.

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