Fueron ouroboros, los mismos que el nervio que deshace, desgastando cualquier constante capituloide de traseros transeúntes de gases de impaciencia, para no demorar lo sobrenatural que sobresale del tono, del ritmo que agrada al dealer bailado, al corredor ahora ya viejo, en el parir de la armonía del caparazón cruel sin reserva para el monólogo fundido en dos catálogos para la jungla del papel, en ayunas de las grúas, de los calzones del lavamanos entrando en la seis del pastizal, oliendo a perfume y a detalles del dodge de la historieta de fecundar la cruz del sur que no se despide del destierro casual, oscuro, bombeando hacia un poema del Cid, hacia la cardeña, de un árbol bienhadado a las capas hablando del gran deseo que no se concede por el miedo de volver a mandar inútil con el arcano del típico ventisco en estadía, en las sinagogas en ocasiones múltiples en soledad y pozo que trata el extracto habilitado en un lector apócrifo de jardín de infantes e infierno que se cambia a más infantes como otros latifundios de íntegras o el menos, o las labores de aquel volver a buscar entrando al pasillo sin la opción deseada del turbante changuito de fluídos y carcajadas fundamentales para la pura supervivencia que irradia lo que queda de aquel rincón de recuerdos y mentes de UFO, de las apenadas estafas que corren por aprovechar cada segundo de roce, de opción, como la época de libro preciado por la vergüenza, por la escapatoria, la putujé de los apreciados desesares, sin el desastre del flan, del huracán sublime del buon appetito que no conlleva la edad del régimen determinatorio, de los teníamos en cara, en el recibo del redio así, fundado al revés del trabajo digno tomado con el apodo del maestro, de foránea quietud, y lentos o educados bacanales, así, sin el más ácido que vuelve a corroer por el estómago, o el hiato de mentes y vómitos, junto a la falsa muerte que ríe a carcajadas del miedo al tener que visitarla con el inmoral abandono del terrenal cura que predica lo inhumano y visita el rastro de otra miga de pan, de un sereno cuidado que desmenuza los vocablos y conquistadores de pendejos y la escritura a mil, a lechazos como leñadores de modos del resto de condicionantes para las consecuencias de la bolla, o diálogo de sexos o portones, con menos intensidad.
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