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Sapale

Inestabilidad dibujada al rasgo, carboncillo cabrón, coca-cola, instantes que vuelven a brindar sombras de sexo, de días largos, de noctámbulas opciones de no aceptar lo acaparado, la curruca o bebedor de café y semen, y memorias inconclusas para reencontrar las pautas de pasión protegidas con distintos matices de luto, de fresas de campo y más sueños de bebé donde se apaciguan estimulantes con menos endorfinas que los de otros endulzantes para la bravura de otra hoja al viento que escribirá las contradicciones del velo al viento de los perseguidos sueños que no llegan al sápale ni se centran en el cambio de guardia, de alquímia, de temblores reprimidos en los delgadísimos brazos que llaman a la desaparición del sutil malo en la totalidad que todavía no acepta la caída en la senda del olvido, en las matracas sin esfuerzo que se agotan, que publican las nupcias, los dedales de la conclusión ya terminal que no envita conformarse con la engullida voz de nada, sin tiempo ni ilusión, como cardíacos de la indiferencia compartida con la alcalinidad del proyecto que escapa prefiriéndola como agua sin corazón, sin el nick mórfico del ya se verá, o se la escuchará desde el cenicero contando batallitas de sus abuelos, o de los perros de la trufa, o de trencillas rubias, o nueces, o piñones, o periódicos o faltas de ortografía, u otra cialis para ver las enfermeras que cuidan la fea enfermedad que suena como una lavadora vieja sin ningún nicho de fotomatón, de riego, de títeres sin leche de canela, sin olor a narciso rodríguez, o a chanel 5, o a las últimas palabras de sápale que ordenan callar y dormir para no amamantar más el luto de leer otra desconocida excitación sin más berbenas con berberechos y humo de traca, de abrazos de algo desintegrado y condicionado por el no sentir la actitud que sueña para no perjudicar los recuerdos de la eterna conexión.

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