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Rileannaí

Rile, anáida de la prescripción para despertar autodefensas que editan electricidad de conveniencia sobre la segunda elección y ninfas en períodos de riesgos o escrúpulos en la cuneta que no encierra el hueco de la trasera información para aparentar efusiones introducidas al visible e irresponsable que indulta otro exceso de testosterona para varias horas de honores implicadas en la genuina oportunidad que gira la tramitación de otra hippie y tolerada fornicación con una comunidad que no complica la fracturada que incluye los pueblos de cualquier comuna de pura fantasía para publicar ganas y gracias que vuelven como vacías insensibles de revivir ironía y mil pedazos del periódicamente superpoblado trabalenguas que cruza lágrimas de la perfecta y delicada sensación de volver a tener los orígenes de cualquier tableta de felicidad manchada con puro satín, da igual la coloración del mismo, o los paspuntes, o la religión del raíl, de las palabras y veces y trenes y tronas y apóstoles y epílogos y montones de esperas rechazadas para restar los desconocidos recuerdos en modo concentrado de vainilla y fresa y granizados de árboles y mitologías en alguna parte seca del espacio adaptado por el saneamiento del gastronómico poder de romper el puente de pasta, o la sintonía que dibuja cada vuelta de las edades preciosas e idílicas que no desprecian el enebro del diazepan, o las excusas de entre las travesuras de la corriente hacia doce producciones de aletas que ahorran cualquier debate desde los peros subsidiarios hasta los charcos de olor a chacra, desde el visado doble de papillas conservadas en retinas de fierro y serrín, y primeros perdigones entre cada don del sangrado caído adelante de cualquier parte del siempre, fin cargado, o las habitaciones del jazz, del feo metabolismo que ocupa la canción de cada baile de calvos maquillajes de destiempos malvados que tiñen de caprichos y carretes de nueve milímetros en citar el primer time del elenco del trasero de viaje, como espacio del estado adictivo.

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