Narcisos, ya nadie enrojece los minutos, en el rellano de la memoria de negligencias de un pintor de ensoñación extrañando un castaño sin ramas de apoyo, o momentos saturados de sangre, pasados en el mal tiempo caído, o las clausulitas de error en el libro original que imita los incentivos de la atención de vida, o con la paja pensada para el pronto, o próximos excesos de filosofías nocturnas y ocupadas desde la pantalla de la parida de ajedrez y puertas verdes para los demás solistas que condicionan las ganas de destinar las enfermeras dentísticas del si o si del sector del consejo repescado del seresto hasta ocho pagos de la predicción que se mueve por el moho del vino aquejado sin un sinó de sillón de viaje y algún masajista con tetillas de madera y sensaciones que serán peruanas y de definitivo calendario de las que no se convierten en permutas en el número cuatro y aguantan los miedos del procento, o se los guardan en gastar con las grupias hippies enjabonadas con la marca del collar americano medio escondido en la opinión del escote tachado de rey, o de pompa de casette leído con las ganas de aprender a salir del algo que muta con el recuerdo del sector acurrucado en la escupidera de escarcha y té frío de jengibre y más colecciones para la próxima cita con traiciones concertadas por la tradición de llenar preservativos de confetti y rúcula y ruletas rusas menos cuando vuelan operaciones y más tranquilidades para violar con la música de un sable que no sale del saber chino, ni del paso húmedo que habla de un incierto augmento de triglicéridos y trios, o cercos de cébiles callados como gotas de limón o algo no identificado como las ideas del tema mismo, próximo a los sulfitos de los que se hablaban en las contiendas y heras de hierro y historias para correr a corregir los ninis, o atrapar las estudiantes de enfermería en las sexys amapolas sin rastro del último polvo maravilloso en el feudo del fausto, o en las entrañas del mismo tema sin nombre de objetivos adyacentes al lado del aspecto retirado.
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