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Vysellev

Egne, bisel, nenó,  o del sea una alga fúcsia de neón en el negocio del tubo que tirará el turismo con abanderadas medias de florecillas para lucir cada maniquí, o cada mano de versalles alargando la situación, el desconcordio de la imaginación de cerrar los tríos dualistas ahogando los primeros asestos, o los sixtos de la interrogada información de noche, o de ocultos y ahogados lugareños de copias en carbón desparasitado por las encerronas del canto protagonista como calco de un después, sin querer torcer para las dos direcciones, o para las infranqueables cimas vírgenes más allá de la postrada dirigiéndose a cualquier oportunidad mirando culos a los alrededores de las pervertidas medias horas que se calculan por gustos o fe y al mismo tiempo praderas y conocimientos y monstruos canosos que sacan la producción del material, o alcantarillas de hamburguesas o champagne de eme entre rodajas de espejos protegidos por un bello pluma, o la fascinación de costado que felicita la próspera gonorrea del triángulo de saiko, o del haiku, de debajo del masaje directo, sin vaselina ni ropejos pidiendo maneras y lenguas y ausencias de generosidad con la proximidad de la trenza a la intemperie del recuerdo, algo de universo y mantecol aliñado con un truculento rifirafe de algomeraciones de quesoro y quequés y caras y manos viejas sobre el quién de goma y felpa y ni esqueleto de sakana, de nido, de servicio, de marulanda del pino y su sexo medio tarado, imitando al uruguayo traído otra vez a la presencia del presentimiento de llamar a la clara cerca de los postres calientes con nota de sobresaliente concentrada del coma automático y sin valor de vejigas o morro, o peluquín de cerdo frío, con solo mover las divididas visualizaciones que engañan los trucos del sofá enorme de carne en bolsa para vender y hablar de la pata como pescado de aire y todo el pescado de biorsí, de ratitos amorosos y un tuking, y un pagaré de juguete, y un coche de zéndesk.

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