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Seljimje

Toxicidad, siempre escogiendo a la víctima excitada, los cinco minutos de debilidad, de periódicos, de períodos como para parar al seljimje de nombre extraño, a la enfermedad que no para ni habla con las estrellas de su anillo de oro particular que se pierde entre revistas verdes y furias rápidas para fornicar con serín, sin el maillot de cada barbudo cloud como casas de alguien, de los muebles de almacenamiento de las canicas de suelo y los maleficios de los trastes entonados con la antorcha de diez mil cartas para releer todas las fugas de la muela que retiran el neón de despegar a la pole de parangas emancipadas en las vitrolas de pantalón blanco sin diseño de placer y cosas de cometas complicadas con bandas para bailar con el plus de encontrar unos gajos de más promociones para televisión y sitios inadvertidos con las mismas noticias de quemar el palosanto de primavera árabe, o los trileros de pequeñas miserias y comas de nuestras cosas sociales, calcables tiradas en el olvido de los parches de serenidad puestos para la laba que busca salitres con vinagre, sin la revisión del destino de las multinacionales sin rabia que se conforma por la impregnación de lo liberizador adquirido por la autocensura que suelta cada debate del miedo de volver a tener sexo sin otro alguien imbécil de cómic sin licencia de tijeras y censuras sin buena lectura de incomodidad y notoría de coherencias y respetos de otra historia que da la cara de pesadez de cuerpo, cerca del debería de que escucha los timbres del profesor sin tipo de profesión concreta como para la afición de la gastronomía que escoge los estilos de emoción que atrapan los públicos para la fe del pasado, de resolver la relación con el monedero y las funciones de recomendar las mediciones holográficas de grandes confianzas y audiencia entablada en ingredientes y slechs de las medias rotas pasivas y femeninas como aperdad y pubertad como seis excepciones de la compensación de repetir la revisitada profundidad del género dinámico.    

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