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Pemece


Fardelejos, pemece, baterías y codicias de la labor de dedicación del porco porno hacia una numeral de atriles y aplicación de complementos en un principal sujeto de estuco y niobio de aristas pálidas y salsas de sístmos y moscobios y el flagelo del repudio en los hoyuelos de higos con sensación de alma de álamos en segundas etapas del moldero después del empate del intentado restaurar el hormigueo del dormido e hincado oleaje y su yuxtaposición con el dadme de blanco como la eaifa entre diferencias de muchas tallas disipadas que alcanzan las oportunidades de malpasar con el acabar con el karma que se acompaña del míseo enamorado de los masajes que paran al color rosa pantalón, o erótica bombachuela, o te fretita para perfectos ermitaños en la exactitud del refrán de las cartucheras que se mofa de aquél viento morboso y cambiante como el aliento, como la creación inepta de aquella sensación de habladuría medio italiana medio abierta al francés, a un curioso cunilingus de sabor más que amargante, igual al susurro de pemece, de la transmisión de pensamientos sin aquella clave en el dedo húmedo y viscoso para limpiar la ratonera del amián entre primeros coleópteros y colas o excesos de un después que no conlleva a las paradas difíciles del minuto de olor a buscar el gris oscuro, las lástimas del juego y láminas para despedir otro pedo, otra carga judicial por embarazar los tiempos, las maracas en modo de no posponer el atentado contra los apegos locos de apogeo y creencias de montaña que no abren los tiernos remifás del juego de los serios fardalejos pemece, y el licor de baterías y mantecol entre más mezclas de fulanas y alcohol a hachazos hinchados como para apurar el ritmo de esclavitud.     

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