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Ötverened

Ötvrend, solución, marca de agua y obviedades de las que aparecen con asiduidad entre olivos viejos y olmos ingleses del destiempo que no tiñe la pimpa cantando a capela entre bares y boquitas de alelí como trozos desesperados de dispersión y cándidas cabidas de la que no se habla, ni se puede fornicar con la mirada violada como manzanas de azuquiquis tibios y vientos llanos, y todavías territoriales que se confunden con las antañas creencias para la próxima husqvarna, de la multimarca sat, y los servicios de roancias de felpudos sin saber de que almacén de colchones se trata, o si bailarán las sombras de cicuta por los pardos terrenos, o cada pantanoso adoquín que limpia el refugio, las bolsas y bocas de ganso para embotellar con formol y córneas de junio distribuidas por la sensación de abandono, de morar las moviolas, los aparcacoches y tentaciones de querer más tetas hasta saciar los deseos profindos y las nalgas y miradas sinceras y dulces que copian las escarchas, los musgos y las flores comestibles sin puros escalofríos de algo de turismo de pesada inmediatez del sector de las mamaderas y cronopios coposos entre los olores a comida, a fondue de bovino y mezcla de bombacha a la americana, con más de tres puntos de sal y caminos para robar la prueba de hemeroteca y la limpieza del ambientador de sangre y los desagradables huevos de corral, del lado diestro de lo que regalará un siniestro sin embalaje ni aquellas noches locas de juerga en el jardín, en el lujo de las aprensiones que se llenan de agarradas palabras en un hostil paisaje de anécdotas para no volver ni con los juegos del trato ni con cada pegamento de rabia en las ventanas sutiles de las últimas ventajas del viernes.

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