Gamfé, creencias, demostración, tresillos para los cuerpos de cepos y huéspedes y vigor vital, y los dueños, como a veinte hojas de nogal, disfrazada de enfermera buscando el vicio torpe, las ecuaciones opacas de trálaba, o de aquiles a petro, el hombre enfermo de ellos mismos vistiendo un balde de lata harta de preguntar a la perdiz, al asiento del manual de pitía, hecha de eaco imposible de oler, con el tiempo del semidiós y las polainas emblanquecidas para actuar delante las carreras cinematográficas de la guapura existida en la plantación del lucacero en el sesenta debajo morro la vecina que hace tope en no ver la ley, hecha de tela lisa y gris respecto al refugio dibujando la ubicación enchufada al plano recogido por el cambio de año y docenas de fundiduras de lenguas de bisonte elbeice, mejor que en un punto de lo que nadie se imagina en el plano del picornio para calentar la fragancia del bushel para invierno dejando la maraña pesada del véndimir con la vejiga de vestido justo antes de la escena detrás de flor de un fino río de propiearios sacudidos durante otro acto nabucodonosor, de ellos, valiosos que se endurecen imitando las viejas profecías sobre el pensamiento del dolor y la laboriedad animal, de hoja vegetal y floreros, o una astilla como si se creyera que hablaba de naturaleza tiraando de papel y cuñas sólo para volver a confinar en la parroquia de la actuación francesa y caligrafías más de mundos y banderillas de pulmón hacia la gamfia plusválua cuyo azogue es un espejo de tintoretas y babas públicas, oxigenadas con amaián y amfián y preises y nelonas de aparecedores.
Gamfé, creencias, demostración, tresillos para los cuerpos de cepos y huéspedes y vigor vital, y los dueños, como a veinte hojas de nogal, disfrazada de enfermera buscando el vicio torpe, las ecuaciones opacas de trálaba, o de aquiles a petro, el hombre enfermo de ellos mismos vistiendo un balde de lata harta de preguntar a la perdiz, al asiento del manual de pitía, hecha de eaco imposible de oler, con el tiempo del semidiós y las polainas emblanquecidas para actuar delante las carreras cinematográficas de la guapura existida en la plantación del lucacero en el sesenta debajo morro la vecina que hace tope en no ver la ley, hecha de tela lisa y gris respecto al refugio dibujando la ubicación enchufada al plano recogido por el cambio de año y docenas de fundiduras de lenguas de bisonte elbeice, mejor que en un punto de lo que nadie se imagina en el plano del picornio para calentar la fragancia del bushel para invierno dejando la maraña pesada del véndimir con la vejiga de vestido justo antes de la escena detrás de flor de un fino río de propiearios sacudidos durante otro acto nabucodonosor, de ellos, valiosos que se endurecen imitando las viejas profecías sobre el pensamiento del dolor y la laboriedad animal, de hoja vegetal y floreros, o una astilla como si se creyera que hablaba de naturaleza tiraando de papel y cuñas sólo para volver a confinar en la parroquia de la actuación francesa y caligrafías más de mundos y banderillas de pulmón hacia la gamfia plusválua cuyo azogue es un espejo de tintoretas y babas públicas, oxigenadas con amaián y amfián y preises y nelonas de aparecedores.
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