
Seguramente las dos cosas, los dos lados cimentados entre las mesas abstraídas frente a la cama para ganar espacio, y ahora subirlos y volverlos a bajar a los dos, en todo igual que ayer, pero menos que la cocota guimbala, menos que la literatura demostrante que recibe otros goces pero hecha de menos los anteriores sobre un fondo masculino, infame, peinado de bolero, con una tela negra, aterciopelada, seca, angulosa que fuma y no vacila a otros seres en solas líneas, otros goces, otras voces y goces saliendo de la pista a pata, y cómplices de acilcate cuyas laderas parecen butacas sin nombre de pila que revuelven sangres y mundos convencidos a encerrarse para el futuro, meterla donde sea, para tapar el escenario de los delirios y no darse cuenta de ansiedades y terrores oscuros, escondidos en escafandras en forma de cerebelo animal, engatusados por la pegajosa niebla que aún duerme y no gusta.
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