
Bombones arañados, explosiones de placeres cremosos y jugos de traseros con flujos y meandros de balance haciendo la guagua como colitas pijas que esperan a hacerse la cera trufada de variedades a la menta de cada fettuccini verde con salsa de ajo y guindillas blancas recién levantadas de la mesa, de cualquier albóndiga con ciruelas morunas que no entiende el tercer pedido tras el segundo con sabor a poco, un poquito mayor, con más esperanzas del posible reencuentro Franz Fabio Uri, en cuelquier lugar, pero mejor si han pasado ya ocho años y si es en platja, en el Paupizza con Miquele y toda su pandilla, entre ellos los Salvati y Banderas júnior con las dos modelos y la chica del loro del tip-top. Pero las fantasías abundan y se dejan llevar por tisanas y batidos cada vez más caros del Madriles, el dueño de la trastienda más cara, pero rica, y una de las mejores en habaneras y habanos finos de aguja, conciertos y farras hasta las tantas de la madrugada, hasta que suena el pitido de un nuevo mensaje recibido.
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