
Soltando un pelo, uno de estos arcángeles que vienen de soltar fatigas, con estilo de artificios contados, fieras desequilibrantes dentro de la cancha, promesas del más allá, hormigas, palomas, darrés al lado de la sombra comilona y revestida de charol fino, con algunas citaciones escritas en la gabardina, probablemente escenas meditadas anteriormente, sacrificadas, que reclaman referirse de improvisto hablando del mar, donde un empleado habló de un vendaval descollado entre violetas y un pollo de chacra descuartizado. Sólo una seguridad, cuatro palabras verdaderas contando lados y baños con chamacos vestidos de níquel antes de mascullar la delada, antes de la llamada execrada como cochinitos de la India moderna, como pláticas o pausas inmediatas con voces de bronce y ciruelas carcomidas por el trayecto de la vuelta loca que atribuye delirios y pensamientos expertos desde una punta del cuarto oscuro, el que pertenece al ayer, como si el miedo bastase para conocer el sentido de la vida, y el que va atado con un cordón umbilical con menos formalidad.
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