
Ocho horas, y la tarde se precipita y quiere darse prisa para saber y preguntar doko, dare, nani, si son las seis, si viene a comer o a chingar a las dieciocho con la rubia del cuarto, como equipo en cintas y ediciones carnales y ejemplares en todos los ámbitos seguros de su próxima aparición en público, sobretodo dos palabras, o modesta máquina de oficio editorial de un año cualquiera, del saber la diferencia gratificante y la família; visitas, insistencias de querer y no querer y luego si, no, si, no, hasta la vida desmesurada del sentido de retener como aceitunas en escabeche, y mais tarde decapitar al prójimo con su alma gemela azul, encapuchada, esperando cualquier atentado Smurfff que llama y no va de la misma forma como llegó y tenía que sacarse a Blaya y latas de comida para alimentar al prójimo que no mama, ni succiona los pelos cortos de su madrestra, cortados por la duda del marido y el tocamiento de tetas que hace delante de los clientes para excitarlos y masajearlos suavemente entre aceites de menta y olores a sex shop y pomadas o jabones de afeitar con hilitos de semen colgando por el uniforme manchado de leche de semental seca, mugrienta, mientras seguia con fornicaciones y toqueteos cortos, muy intensos, regalados, gangas, a precio de lotería, y cuatro hijos por el medio, pero quería más aspiraciones alimenticias deseosas de sueños eróticos con los otros camareros satinados como sus braguitas transparentes para orgías y pasos previos y destinos en Agosto todavía sin decidir.
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