
Aplasta la carta y la cana se araca después de tal cosa absurda del segundo, dentro de cada ovivo perseguido, probablemente nada debajo del todo y la espera era sencillamente una notita con buenas noticias y llamadas sólo para decir que todo está bien, y habrá suerte monótona en cualquier llegada y llamada tardía con carta de negocios y entrevistas de trabajo, contratos adicionales, peramnentes en la demora del sil para pararse delante del destino y decirle que ya es la hora de volar por esos mares y delirios que te traen aceptos y una suerte agradable como una buena brisa vista por última vez hace dos veranos, actualmente ocupada con otro mozo charro que sólo grita ándale al penetrar su cuerpo embarazado del pasado remoto, de un delirio autenticitado, sustraído de la nada excusándose en otro ser, en otro cosmos sensual, delegado por algún juez desconocido y por discordias anticonceptivas; aperitivos Garibaldi en pequeños plazos a menos de cien pesos japoneses y tartaletas de foie adornadas con pasas y ciruelas verdes y silvidos enormes ennegrecidos por la tinta roja, pastosa, que mide aproximadamente un metro de ancho y dos de largo y emite gases rebeldes que se dejan llevar por algo insignificante y se comprometen sin causa al no saber por donde hay que pulular de alguna manera.
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