Díscola, a solas varias horas desesperadas a las puertas a cuya benevolencia sin previo aviso tempranero para tropezar y acercarle a cada farra nocturna, a teté a memé, a votar por los cuatro, por el mejor mamadero de quincalla como una especie de amfiteatro rodeado de orgías y templetes ordinarios en aquella operación dudosa en el barro del deshielo con florones de piedra y avispas de metal que pían y consuelan las fuentes y los fruteros encargados de portar los emblemas de los visitantes en contínuos sobresaltos y espasmos disparatados por los impulsos innombrables; dos, cuatro...nada preciso, ni siquiera el número de chorros chispeantes, ni si salió claro, espeso sobre peones y albañiles fermentados, en un silencio alambre, avezados a la vida de plantones de estupor, almenas y gárgolas, alacenas, montijas, que preguntan el nombre del ilustre seno dorado en la planta baja.
Díscola, a solas varias horas desesperadas a las puertas a cuya benevolencia sin previo aviso tempranero para tropezar y acercarle a cada farra nocturna, a teté a memé, a votar por los cuatro, por el mejor mamadero de quincalla como una especie de amfiteatro rodeado de orgías y templetes ordinarios en aquella operación dudosa en el barro del deshielo con florones de piedra y avispas de metal que pían y consuelan las fuentes y los fruteros encargados de portar los emblemas de los visitantes en contínuos sobresaltos y espasmos disparatados por los impulsos innombrables; dos, cuatro...nada preciso, ni siquiera el número de chorros chispeantes, ni si salió claro, espeso sobre peones y albañiles fermentados, en un silencio alambre, avezados a la vida de plantones de estupor, almenas y gárgolas, alacenas, montijas, que preguntan el nombre del ilustre seno dorado en la planta baja.
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