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Coramvobis

Cazallero, canción sucesiva o rara, entonada desvirtud que empieza ajena al desmaquillado desmejoramiento de los veintiochos especímenes de evocados tesoros imparables e impenetrados ímpetus campando a sus anchas sin la memoria de día, del enorme mortal que se da con esponjosas salpicaduras de las leoneras que se las cazan como bobinas de reproducción asistida y usanzas y maltratados alcoranes y zurdos cerrados con geneólogos relacionados más allá de la letra, del feto del tiempo, sin edad de breves cuentos ni los conocimientos transformados para retocar las puras capacidades que repiten del tampoco rescatando ascendientes islas a cientos de ancestros que buscan el color inconexo del aburrido lapsus del momento robadísimo de otra penetración al espaciado sueño  de ficción, y culpa, y viento real con corazones y terapias fijas muriendo lentamente como un fuego y alitas del títere levantado, igual que la puca, que la pistola que lo apuntala sin culatas ni inciensos de un comentado sacrificio de sumarísimos pesebres que no se logran con las tantas obras latentes de perdedores en silencio llenando el whisky con nóminas extras y petacas de cada juerga con cuentos y felinos, o bomberos inmediatos, del tecleo asistido a los tataranietos electrónicos más los de antaño, del pueblo roente y paterno, u ofensa compartida con colores vivos, asiduos a la vejez del meado territorial, del no fuelle sin el follaje titular, medio caducado y más hortera que los libros sobre el dinero que no asisten al funeral del otro teclado firme, fiel, compuesto por fragmentos de cetro ajedrezado, con otro bicolor en el espacio de caña y madera por nada, por la manera de colocar el prosaico esperado con el consentir granitos de fukuka y predicciones del sueño que no retroalimentan las otras de las almas que lulógian las más extrañas energías de otra simple puesta de previos dildos al repasillo del nuevo cuscús sin tapón de crianza del tipo curva de tarde, de culpa, de luz de xenón.

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