Gramos del sur, de un crudo diferente que el maceramiento de las mitades de aquellas tratorías y sus mientras que esperan símiles de catorce espacios conducidos por unas veinticuatro o veintisiete comidas inmaculadas de cuarto, o como mitad del otro archivo que habla de tokai, aún conservando el listado de nacionalidades en la retina del dolor físico, acostado en cada especie de bragas enormes, interiores, que no pueden focalizar cada problema interno, con la vuelta a la descripción de la salud, la querida pasión enjaulada de no entender la renuncia de cada máxima decapitada en la más mínima eyaculación de flujo femenino, de nadira, de piedras insistentes con el puro encargo de trajinar facturas del mantenimiento de los meros márgenes sin más tropiezos recordando la poca explicación del fin de las tiritas caídas que no pueden levantar cabeza para volver a concursar en la búsqueda del tonello en el cielo de la languidez de hacer tiempo con el voceado apartado del córner, del bico que siente nostalgia en el sesgado silencio sin encargos de llamadas para restablecer el yergue de los pilares de tres folios haciendo de fumata más otro dakátari y el harakiri y las demás lecciones de antártidas y trufas y tetas, como de los versos al pequeño desastre, o caja tonta, o el suficiente plástico para ahorcar las penas tal y como las conoce el fundador de las mismas frívolas acuarelas contra la perfección a destiempo, o a más palos para aprender, sobretodo del pinball de estragos y estrategias para la próxima felicitación de ajenas felaciones defensivas que no maquillan el avance del pánico que se reserva día y hora para volver a atacar con la sacudida de las telarañas de los ojos como solas y estruendosas películas pastelosas de principios claros y otro réquiem que pide el perdón, el satín definitivo, el chouchouter del universo centesimal escondido al final de la recta repasada por las locuras de los cuerdos entrando y saliendo de un huracán como de besos y ojos mirando al artista, al cuerpo de mala suerte por los portazos entretenidos con las destilaciones de ver pronto gatos negros para el sinestésico hipérbato que contempla un único grito de átomos sujetados para sacar a bailar la seda y el esquelético de clavícula como de siempre suspirando el alcohol surrealista de cualquier bar.
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