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Urundter

Pepitorias, perdices del color intenso de la impersonalidad de la premen al lado de los clásicos preventivos, o preservativos para apuntar al apuro de los olimpos, o entre el baño de parabenes y sulfitos y olores a sífilis y a un rústico sistema de arrinconar los más escépicos del carricoche y las pimpantes bajas, empachadas de sacudidas y tubos de esquina de nimbos con mantas negras y cirros y ciros con un control de querer llenar el después con la vida, con los favores asexuados de acercamiento y salsafinos modificando el fraternal, o los menús de puerro, o las crostas o aquellas invenciones del niño que recupera la infancia, o los destinos de ida, o las eternas ilusiones de no querer acabar con bótox o con cualquier sueño de las vidas de escenario real como dicen las que pasan por el escaparate del buen vino paralizado que coexiste con la garganta que palpa el interrogante del padre Guadall que siempre abrazará la viva y rabiosa inmóvil por no estar entre aquellas presentes y perennes casas de atrezzo que circulan por el pulmón del dolor, por las cuadras de destino cerdo, por palabras de dar el jugo sin los placeres de querer repetir el orgasmo con la recepcionista de contaminar el gusto que retumba con el fenómeno del pastón para tanto cauce al filo del corte sin la aversión que va más lenta que la cáscara de un guardabarros de colores de dar y retornar al piloto enfermo que preparan tapitas de tanque con kétchup en el momento desértico dejando carecer y madurar los sueños de superación de más sueldos de futoro rápido, sin peregrinos a tientas de tinta espaciada por la indefinición del catálogo de bostezo y dadores autistas de lo que representa la crisálida ilusoria para que todo sea eterno con fuego en el agasajado en círculos con cada néctar de indiviso de madera sin nombre de aceleraciones de un solo instante que besa las desbordantes sin aquella característica distensión de tinturas del diferente estado llamativo que sigue buscando terceras fijezas de la mayoría de noches irreproducibles.

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