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Zamgee

Zámene zen, caridad de desorientación como vagos barros y gustos para oponer la velocidad ecofriendly de la apariencia del transformismo hacia la subida al metro de nadie, ni de cualquier billete para bailar y corresponder con la cola de caballo peinada sin las casualidades que no interesan, sin consensuar la publicidad contada como repetición del orgasmo del zinc y la lluvia de voz sensual y fascinación por las ventas que ocupan los machos sin atar ni retornar a la taquicardia detonante a partir de cuarzos y mantras de querer más lenguaje individual de casos físicos en medio de entender el rugido aferrando los libres radicales en el horizonte volado, o quieto para queipo del olor a pasado, a larguiruchos temores a la materia evidente dentro de la tensión de la reconstrucción de los íntegros dentro de las almas recogiendo eslabones o jotas o desgana de guardar los tallos de furnituras en cualquier ofrenda de aferrarse a lo que resuena para la embarcación enternada a la prisa de acabar y dar la talla como un grande, o como en las que levantan sin disolver aquella emoción en velas o silencios para regalar una palpable perséfone que confesa la premonición de la tarjeta de crédito iluminada por las cicatrices de vista amplificada por los sentidos y volandas de niño apeadas por la ebria y violenta polaris de aquellos cromos de cronopios y dispersas distancias de débil espectáculo convertidoen juventud despertada por la mitad del rumor de prodigios y miradas inmortales andaluzas y de trayectos sujetos a un disfraz de hojalata y hojaresca para disimular las melodías de almohada y atención de atrás de casiopea o el caspio de la tos erótica, o la sensación que se pasan los tebeos en el mismo sitio que otras veces que bajaron por hipotermia y zámenes de las de un euro escaso, frío, en lugar de una alma sin tormentas ni resquicios lejos de una irregular penetración mutilada.

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