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Klińczm

Ropas rústicas para penetrar cada halo de helio, cada sinvivir del no saber alojar la llegada de oportunidades hacia la alzada de mutantes de entre esos tres espacios para la cultura física, pero al igual que los vientos que cambian de saludos, o de algún lugar que sólo queda el bop, las posibilidades de la historia histérica que no repitan las magias de sororas o quizás tantas cotidianas recién terminado el miércoles de hoy, o las conjuraciones tan frías y sin memoria de los años vacíuos de respiración y piltrafas e imposibles mutes de habitaciones y noches que recuerdan la forma de agarrar momentos fáciles y fuertes y los de cuatro épocas extrañadas constantemente por un inerte sepultado a la constancia del tocón, o de un perfume alrededor del pasto mojado, entre cada cambio y más y más frotadas felices para sacar más leche desprendida de la viscosidad de la esquizofrenia motora sin esquina entre vendas y la tarea de ibuprofeno sin el domicilio de la mercromina en cada vez del ocaso de unas cosechas de susú en últimos rostros de cartón de gama negra, enverdurando la luz de una nueva tienda de buzos y pesca, o salsa de repollo y pasas durante los próximos millones de panalas con samorra y atún de un toque para potenciar los inventos de consomé de cuerpos y etiquetas para salinas de huevo para la cobertura de chambuñín, o de patata margarina esculpida con las bien traídas y aceitadas pastas de té para mojar y deborar con la mitad de líos de bar dentro la ilusión de más tradición segura de la calle de arriba la iglesia de la abeja que sólo piensa en el orgasmo polonizador que empotra la corbata correspondiente al precio de la plata de culos y calefacción y cítricos con noches de caras y mamoneos que gastan otro saludo de tabalear el saludo de un dictador que hablará de la copia de cada ganancia, o picor del pecado con más tendencias de ontzak u onzas de onces y camisas.

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