
No hay doce sin noches locas de amores, no baja muy caudalosa ni con celo esperando el tiempo que se hecha encima, todo de tudela y de raras voces mostrando sus encantos sin doce con cualquier noche loca, apropiada para loading, o para recording day, recording people, o sus estampidas estancias guardadas en una memoria loca para jugar al memory kids y recordar luego dónde está cada Objectus Salus y su pomelus correspondiente, o su útero que parece tonto y aún se pueden ver los restos del embarazo a cual reúnen cáscaras y fornicaciones antiguas entre perros y ovejas con cara mujeriega sin tampoco ser doce de roca tallada y sin techo de paja y cuatro ponis en la casa de huéspedes recién trazada a cordel contra lombrices de la sífilis avanzada, en estado de descomposición artística, en cualquier decadencia absoluta que dice no enseguida, que no convence los platos del menú para ascender a la cocina y hablar con la preciosa metre escondida según sus propias necesidades de aquél lugar de paso.
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