
Lejos de remitir el más prelado premio y que en su orgullo pecadores de culpas fingidas o los matones como grandiosa diferencia sin su modestia en cuatro regiones al galope, sin más, sin mirar nada, ni siquiera sus ojos verdes celestinos que deliran y se agotan evocados, como humildes hornacinas salvajes con el punzón clavado en el veneno, en alguna que otra orilla de su semen de esmeralda en movimiento, en pocos espacios, en pequeños espasmos, en pequeñas gotas blancas, medio doradas que relucen en el entrecijo satinado de la bombacha más sexy que cuelga del tendedero. Y ella espera para ponérsela, para cubrirse el torso con la seda detenida, para rozar, palpar sentir su boca, sus escupitajos, otra vez su semen lacrado, pero esta vez en la cara, o en cualquier otra parte del cuerpo, lejos de la bombacha satinada, muy vista, llamativa en grandes dosis, pícara en pequeñas matanzas, largas noches de luna llena de gérmenes bacterianos que configuran el final de la convulsión, del pene árguido, erecto, de la viagra azul, satinada como la bombacha húmeda esperando la verga del santo padre.
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