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Calcet y mersa

Merasá, salita, la servida a meter roulettes unidos a la mandíbula de rosca, de suficientes pasadizos hacia la insuficiencia, hacia el pacto de cargarse el caballito y volver al delante, al antaño eterno enfocado al discurso de bohemias para el caldo de manojo de musarañas de ricura que desaparecen con el granguiñolesco de los hilos de su entrepierna de brevedad sin esputos impulsivos como grageas de semen y  turnos en el frame de la estampa en línea de alunizaje y sorpresas de relojero en ácido de ciertos traumas que amenazan lo cerrado concupino de mánidas burlas y gemidos como animales cerrados en sus propios bloques de cincuenta quilates de tártaros repoblados en las emociones fanáticas de la gota de la odisea de epopeyas y actos revolucionarios que no se marchitan con el ejército de proyectiles y gambetas impostoras que la elevan en dos actos como en el teatro mandarín, en la risa que sigue la sicigia emparentada con la estigia del acrecentado en la cárcel del almidonado fervor del tagente caído en noventa y dos minutos como años del bistec de grímias y demiúrgias por semejanza de contactos y falsos acomodos en el discurso del prejuicio desde el estómago enfermo, desde el orgullo del agradecimiento en la escena de arquetipos al gusto, al pie de página de las ensamblaciones de televentas miedosamente cómodas para no hacer la hazaña  de proximidad como homenaje para despedir tras incertidumbres y náuseas saltarinas de boca en morgana y nuevamente en boca del berrinche engasado en el poema de la suspiración de nombres despeinados para la sanción de la acrobacia sin jueves de escapatorias para cambiar con bombos el horario del género transexual que amara la pupila de la alameda en retoños y demonios de fondo, con texto prematuro, de menos de seis inclasificables sordinas de papel y caucho y marcet.

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