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Madre prozac

La favorita finísima corona pálida de las vueltas madres o la construcción de una recaída clara, de las reconocidas insistencias indigentes que ya ni reconocen la fuerte cazaca del efecto joven de la ausencia, del roto, del careto de salarrué y cafeína pidiendo limosna en la noche, al coche de la galleta roída por el prozac que quiere correr y jugar a trigos con el cerebro enfermo, mutilado por la runa pesimista del último testamento de la esclava amortajada con el motivo desconocido del magullón en voz para gritar otra vez la morte del gallito y los picos del comal a las brasas de chicle y esquizofrenias de ateridos y ládridos de zapatos bajos de mascarpone y esmaltes angostas con los pedazos de placenta y gasas con besos y menstruaciones entregadas a la hiperventilación del pichí herido, del regreso en dos fascículos del comenzón del estampado privado de primavera y algún dedal de protección de cuentas y migrañas casi sensual, constante, aburrido, en la regla del luto trepando para romper la nueva casa de seguros y parejas dormidas en la infinita paciencia que ya ha dañado todas las neuronas y neurotransmisores del motor central apático, follado por los pensamientos inhaladores de la mazmorra de cristal de corte rápido y tiempo degenerado por el cupido que sigue sin la central académica por su falta de puntería adictísima al prozac para desconectar el nudo del estómago de gome zero que pronto responderá con un éxtasis de fiebres y sudores sin las cortas palmadas de pre aviso y tatuajes de réquiem para conocer más la corta estancia de esta baja estúpida de la peor inmersión de la mente.

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