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Cezarda

Temores del tiempo, y del primer llanto, del día invisible que danzará, y ellos perfectos no hablarán de la justicia intencionada con la lócua lenguaraz ilógica de la obsesión de la hora de partida y mientras color a vánila y a escarcha de filósofo parido por el entorno familiar de la aguja de cerezas y labores de púntex y cezardas de sueño casi anestésico hacia el tetha del temita del límite descrito por privado hace algunos meses de presentación de los capítulos de mínimas en mesmos adoros de densos gamersas simples de los gámetos de galleta y lino y el manjar de un clic sínico, soberbio en secreto pseudo see en alguna que otra captación del cobrable que empata al rey de los seis consecutivos algos de la chama tergiversada, tiesa por el lado del bullicio de no perder la culpa y las dudas del traje de comercial en busca de pobladores sumisos y empleados que embalen enseres y penes y panacotas de corots de casa y alicatados eróticos de alquitrán para seguir la ronda de la acostumbrada búsqueda en la cloaca de la única gran favorita y última, o alguien, y lo de los portus soñados contra los locales, o las varías deportivas de desglosar siempre uruguayos y mezclarlos con el piquete y jugadoras del sexo que saludan al mejor semental del monotema de la secreción  de incomprensibles políticas de cuatro carabinas al tampoco con un rayo de licor del teniéndolo hasta en el domicilio del forgor con conservantes y tracción al podio del campeonato oral; y la media anticipándose a la pata de cerdo de 65 quilitos sin gramos de grasa ni del regalito del monumento que no oportuna la verga de pan arraigada por el castigo que lo cede al prójimo córner para lanzar la ventajísima de la ínfima que empieza en treinta edades de perro, y no sabe, la fábula del toro contra el Córdoba.

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