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Ying de once, castillo ratín casto de los capítulos, de las piezas que han dicho el chau definitivo como para la muerte decana, como para la palabra olvido uruguayo, terrible, totalmente mujer rutinaria sin brío, agachado entre todos los metales de papel y arquímicos veloces selectivos en geólogo bullicio del desinteresado guanimí, del pincho amén, que repite la fuerza inexperta, la cara del recaer en el culo del mundo con la púrpura de pizarra central y la risa ladeada cayendo del lóbulo de leche de lana y la alianza como película de émbole y caramelo blanco de limón del voy dentro del licuado resguardo de maltecos y visis y anestesias de dentro en largas siestas de las féminas bañeras en cumbia forjada para el largo solterío faltando el dormir para siempre con los violadores de milanesas y notas mentales y ganas de corroídos tóxicos sin la seguridad en el establo consciente, típico del fiel predicador de doctoras en lavarropas y vidrieras chef y ordenadas para concretar el pasado del sexo guiado en el balance del gramo médico en pretexto placer preparado para el extraño motivador, o caso, o amarillo blues con el cosquilleo de la bella cachuca envenenada y en la bella escritura de veintidós crochets de raquíticas colecciones de susurros vividos en el sarro, en la cara de mantecol y carambolas de semen y deterioro hacia un Montevideo enterrado en la farsa de silencios y clausuras de esmeraldas en el cubo de diez reservas para esbozar otro escaparate de baterías y falsedades en la marea de quilómetros y meras y salsas del recorte de madera y martikas de alambres combinados con la cerveza de gengibre y poca fresa y el otro chau de la manta, avituallada para la preciosa ropa de pétalos y menos palabras de las que prometieron la continuidad eterna del cruce de prespectivas y olores manoseados por el non stop del viaje en el hall de la larga pausa que no parece habilitar el toquecito en lo vertical eterno.