Malgenio colista, lunes mout, mando ta ta y de algo, del paraje empapando baladas, empaquetando niñeces para la próxima frodista de ofuscos y silvidos diocesanos intocables, y cancioncillas y cereales de magret y todos los sabés tratando de amar el amour, algo que fué susurrado, susdicho entre presupuestos y vengalas y risas sobre algo que se pudre trágicamente sin magnificar el recorrido que muere hacia el no profundo, hacia el mudo, hacia el cuello, hacia el útero, pequeño, blanco, absoluto, para modelar el rescate del mejor automomento de torga unidas al romance del bienvenido tamaupué, que sobra, que se acerca a la noctulina y al cómico de la ilusión de la gravedad para la tesis de vuelta, del jerte suficiente para insertar la condición del enano corriendo para morir, para parar, para la tetera en letras, la cáustica crujiente preparando y dejando la nuez para lo último, para la música, para la tos, para la protesta en mente de aquéllos cuentos crujientes de pasta de alcahuate y afrodisíaco bibliotecario, y orden, a veces absoluta, o burda, o perra, o en otro lugar curioso, para pillar husmeando la fe en ruedas y papas de cristal metálico en cada imagen legislada del rompecabezas que aparece y desaparece parpadeando como el warning del alto, del celo de emociones almacenadas en el onanismo superficial, en la voz del snob que discrimina el detallito de la mala educación, de dedillo y puro, e infierno como buen estandarte de crecimiento para huir de la batalla asistida por el trémulo de utopías sin diálogo inspirado en empatizar la crisis a través del voto de los pobres, de los padres que castigan el saltarse un semáforo de recordatorios que tapan el aire y no escriben sin la importancia de antes ni el valor de lubricar un sólo caracol para conservar lo eterno; el descatalogado ineludible y simple espectador o espectro que lo busca sin saber si volverá a aparecer por el pedo de escuchar la nerviosa memoria, la aguardiente mirada que se confiaba del hipopótamo de luz, del tapiado parador de moscas y rulos y redes de presión, de cada ápice de epicentros y roderas del vómito del ende en el estiércol de los saltos de los fantasmas musicales, erizados, dando la distancia con el trocito de arte que no volverá a la carrera de las veces de los manjares.
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