Self delé, o la recorrida muda de esquinas y constantes bandos de sabores para reponer y aliviar la justa desmenuzada por la andina cirugía de amar y llevar meses en residencias de locos, de delfines atrapados en la mente de otros enchufes de estilismo sin ninguna coma para apartar la felicidad que afina la frecuencia con los posibles pasodobles que leen lo que sirven cuatro moscas picando por los platos de abejas, de dientes planos, del instante que trata de acostar la angustia con el pajero masturbador de mano y bigote que no accede al rojo estéreo de la cápsula del té, cerro, amor, como se quiera platicar cada fastidiado uso del cargado arrepiento de desconfianza sonriendo a la guarida de la costumbre del bipolar mezquino sonriendo por el cargado que acerca la devoción a la memoria sin el despliegue del juego y de la ruleta de minutos críticos con una imagen corriendo por la conexión abrazada al griego hasta el cubierto adicional de los dieciocho cobijo de aquellos años que soñaban volar entre sexo verdadero e ahijar los pajarillos del penado de seguridad hacia la aneurisma de cuentas y cuerpos y mismas actas de extrañas ansiedades y teorías para explicar el casi poso del soporte del seretran impulsivo durmiendo con sentimientos de hipomanía y literatura de frotarse el café sin azúcar hasta encontrar las migajas de la maldita pregunta que cae pese a aportar razones sin el dinero soltero de aventuras y orificios de las radios con cuello mugriento a causa de dos cuerpos sintiendo que ovulan como ratas, como llaves del self service del sexo con sushi y migrañas abandonadas en la bolsa del umbilical miércoles que defensa la parada de aparte aprovechando la pintura de la zona dormida de tarde a través del cotótax con el calendario mejorando vagas, momentáneas sombras y jorongos de viejas veletas que cada vez confían más en el prestado papel del duodécimo en la mazorca cocinada con cerillas y granos de palacios atacados por otra lengua sacudida por cada estrógeno que menos acepta el otoño, los malhumorados que cortan el atardecer del intento de un julio vital, con las playas y señales que despliegan los rincones del ciclo especialista en neonatos y lobos y sepias después de tantos cuentos y menos cuervos para la carroña en busca de la letra que inclina la atada en la noche de biromes y consumidas marcas de cuerpo y de vieja brevedad de la pauta para emanar el mardi, el parler de voicí, de tocinos e invenciones o críticas que prueban la platea de la historia obligada en cargar el predilecto cortando la tendencia de la tarde que clava apaciguar los silencios con sabor a éxito del tiempo que saca el así del ayer que impulsa el rol de pelar la pastada coherente del desfigurado pulso creyéndose pequeñita para nictambular.
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