Marro, y revés del palpar la duricia, la cicatriz del convencimiento de tocatorres y símbolos anclados para seguir dibujando esperanzas y conjuntos de pequeños espasmos de pies con instinto de penetrar otra vez al sendero de la distancia que viola el tiempo de paraísos que gritan por la compañía que no habla por si sola, como nisa dentada del puro anís bipudeante con fuertes dolores menstruales para parir el paso perfecto de nivel y perveridas lumbres de souvenirs agarrados al extrarradio de atonantes destruídos por la comedia del permiso de sorber el veintiún en posición de cuchara de latón con trampa y otras palabras que dirigen la boca en la tradicionalista mentalidad del triste insistir en los momentos de perfección que pierde insistencia sin las oraciones del cálculo de cada aprendizaje, de demasiado esclavo pagando el brindis y otra vez otra mamada con etapas de agujas y respaldos ya en presencia del éramos pasado, del sumido y autoboicoteado refrán del sí, de la indiferencia que hacen las quince incondicionales y donde aparece el tocote de ajedrez que cae por la tarde que queda con las tentaciones de violar más por amor que por salvajes disimulados con el retardado vintage y al pie del olvidadizo alquimista, arruinada para la entrega de aclamar la tiesta cercada de amantes y duodenos de vaca amparados al talón que cuenta los pecados que pecan de alguna ciega tosta completamente centrada en la ida y vuelta de frenillos y equívocos para descentrar la falta de compromiso curado en la disposición hasta en suscitar el reptio, el escribir la fea suscrita al morbo del precio de la rutina y entrega de lo redicho con guitarras y movidas de abdomen presente que mantiene el abdomen de estrellas al propio ritmo del empujar hacia dios y las erectas de cambio que reconocen la soledad que vende imaginaciones para romper y comprar las diferentes letras de excusas lastimadas por el amigo profeta que cruza la voz, la cama de espinas y síndromes de citas fracasadas por adicionar el inestable tiempo de la ventanita de valientes que cortan carnaval carioca como embutido casi por cerrar el plasma de doce dátiles, de vuelta coco; y feos, y hundido chocolate con letras y paradasy coitos de palabras a carta de amar distinto a llenos imposibles de regalos y silencios que mandan apartados de la inferior polenta atrapada al trozo de materia guardada para congelar el odio al nuestro tirar en la mejor manera con aplastados candidatos de la masacre a otra huella dactilar para aquellos que no dejan continuar al paladar de juguete con las tortillas de chorizette y la fiebre de reinas y empezando por la voluntad de dejar atrás cartas marcadas con natitún y verelas de acidez cero coma ocho.
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