Historial de idiotas baklavás con el sentir del limón ciego y blanco y bilis de orsotto sin caldo dorado para el futuro purista o más campo visual para atisbar el ropero de hojas de família y bostezos para seguir con la noche de invierno intervenida en dos tardes amenas de anécdotas vivas y más visión que el silencio de la vida que irradia amedrentados adelantos para el taller de núpcias y pulgas ubicadas en otro presupuesto que no tiene nada que ver con lo que habrá llamando para volver a amamantar con la mamadera y el sexo de cumpleaños en otro cargador, volviendo a refugiar las partes del miedo, del reflujo de la rebaba de cada leyenda del salpicadero de la pérgola que acumula palpitaciones y confianzas de volver a morir en el inesperado intento hacia la ida, o en un cajón que tenga otras prioridades, otros intentos de vender crudo y bonito, y alejar la dureza del reto, del arlequín de aluminio y quejándose del yinni, del cuarto de otro color más amarillento, o color cera, de muerto, con cada pieza de las persianas a disgusto del termómetro de la paciencia en las mil noches de desidia y paseos y recuerdos de la tal checada por la guerra del ángel sujeto como versión de la jepa de tapar las mañanas de embrollo herido, dejado en el pesar del tazo como la recién postura controlada por la necesidad del mecanismo del equilibrio definitivo que no se ata con furias y bravuras de bragas sin amor repetido por regalos esparcidos por la rápida solución de la tragedia más leve de la imagen cara del endurecido sin excepción de lo que no importa el gusto ni los feos que ganan el cuando incluso al revés que las árduas melenas de hincar la bruma esfumada mintiendo pareceres de percebes o foco de besos como cariño o como solución momentánea a la soledad, a saciar el deseo felino de oler la piel de la cabra loca, o el celo del fiel ángulo asimilado en los noventa y dos grados hacia el este, hacia el siendo de olor a gritos y luces y ágrios fines de semana en los abriles de palabras y vida musulmana que no llegarán a meter mano, a hablar de otro color lingüístico que no decide en un simple ruido cristalizado por cuatro nortes divididos en roscas y estilos de cielo para adivinar si habrá timba u oscuridad fiel sin reencarnación ni el misterio de la fuga del yo, ni más ángulos de setenta y ocho lunas extrañas que se sonrojan al ver las invenciones de acá, de los inventos, de las emociones de color que transmiten esos feos refugios abatidos por los últimos disparos y prófugos servicios sexuales que ya no inventarán otro renacimiento.
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