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Frolvaren

Santomeia se dice de la cajita de cortesía y bestezuela de lana para decidir agarrar el gemido, el vicioso carnoso del punto, o del tenso tomado de la modorra que sencillamente se cobija en interpretativas y posdatas muy ilegibles, despreciables y groseras que residen en la variante sexual lanzada para aguantar el azul del paradigma más drástico que diferencía a la bestia del cadáver del relato encabalgado con la metafísica de la entidad masculina, furiosa por no tener el tercer callejón en cualquier orto de seda, comando de miel o interlocutor de míting para correspondientes como grupo de diosa idiota con teatrillo en cada espalda en pleito, y en las calles de lo que trasciende de tratar el trance que cansa por la intriga del limbo que se entrega para otro cunilingus de libro, espinado y con passo de anzuelos Y corderos como bases de papel del oxígeno de cada precipitado diablo en el variado narrado por las solapa del erotismo que sale de tantas i fas fotografiadas a una, con un mismo cuentagotas de mimo que conoce el estelar estético, o las golosas Y afrodisíaca variantes de deceso y relantizador como un librero erotómano y el puntual horario de salida del destino hacia los dalaus o sistaguinos, o los guiones del kaos con el anuncio del público decidiendo opiniones y tipos de deseo acerca de las agallas y garras y unívocas controladas en el primer nivel dirigido al protocolo armado con profilácticos Y canciones de cuna para digerir eminencias y puntos para la ocupación del nouveau atractivo y la insubordinación que reaparece para favorecer el honor de tentar con el olor del jornal de froló en más alerta para el cambio de para la médita de ningún listo de la métrica nocturna sin polución alguna, sin expulsar los miles de hijitos a la braga de cualquier desconocida para tratar de esperar a las todas, del mitológico perder en cuanto a cualquier lado de la docena de sementales que sueñan con penetrar y conocer algo puro, blando, parecido a la gratitud del molino de campo escocés, imitando piruetas y chucherías de gallo, de la armada de quesos de a bordo, garantizada por el paso agachado a ambos carros que mueven las encantadoras hebillas de cintura obsequiada con el gusto entrando a las vigilancias de expresión de los provisionales y escasos momentos de aquel subsidio de tijeras y lobos maldiciendo al mercante y a la guardia de tono momentáneo y cantidad de mercantes esperando la resolución del sosegado drástico paso pensado del doctor sin perro, sin faldera de guantánamo como depredador de megeo de dieppen.

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